Desde el principio, he querido que Singlutenismo fuera un espacio en el que encontrar recursos, inspiración y motivación para ser dueños de nuestra vida como personas celíacas o sensibles al gluten no celíacas.
A través de las diferentes secciones de mi página, de cada una de las publicaciones que hago en redes sociales y de mi libro el Manual ilustrado del singlutenista, me empeño mucho en acompañaros en un campo minado de gluten e incomprensiones para que vuestro camino en la vida sin gluten sea seguro, sencillo y feliz. Soy de las personas que piensan que ser dueños de nuestras patologías nos empodera, nos sitúa en una posición mucho más activa y, lo mejor de todo, nos sale a cuenta.
Nos sale a cuenta tomar las riendas, involucrar a nuestro entorno, elegir dónde comemos, llevarnos un táper, preparar un viaje, ir con el protocolo de diagnóstico precoz en mano a la consulta del médico, organizar una charla sobre celiaquía en el colegio, compartir recursos e infografías con nuestros amigos, acompañar a otras personas celíacas, hablarle a un restaurante de la posibilidad de validarse con una asociación, ayudar en la asociación a meter cartas en sobres, cocinar nuestro propio pan, tener en cuenta otras restricciones alimentarias de nuestro entorno…
Nos sale a cuenta, pero no somos de hierro.
No somos de hierro cuando en nuestra mesa alguien se pone a tirar migas de pan para hacer la gracia. Ni somos de hierro cuando tenemos que hacer un pedido por Internet para poder hacer un roscón de reyes. Ni somos de hierro cuando pagamos un suplemento por pedir platos sin gluten en un restaurante.

Hay días en los que por mucho que te esfuerces, por muchos recursos que hayas adquirido y por muy claro que lo tengas todo, te derrumbas: las cosas no deberían ser tan difíciles y, sin embargo, hoy se te hace un mundo todo.
No te niegues tu derecho a la pataleta. No reprimas unas emociones que no solo son muy naturales y comprensibles, sino que además son necesarias. Por supuesto que podemos enseñar a nuestro cerebro a emitir una emoción más positiva ante un mismo estímulo, pero las emociones “negativas” están ahí para enseñarnos, y si las negamos, las tapamos y las encerramos en un rincón oscuro de nuestra mente no vamos a aprender todo aquello que tienen preparado para nosotros.
El problema es regodearse en la emoción negativa, convertirnos en víctimas y que dominen nuestra vida. Que nadie te diga que no tienes “derecho a ponerte así”, pero que nadie te pueda echar en cara tampoco que siempre estás igual.
Reacciona, detente, analiza, pide disculpas si es necesario, y aprende.
Estamos demasiado acostumbrados a que todo tenga que estar bien, a que no podamos tener un sobresalto y a que se nos martirice de por vida por un error. Pedimos a la gente que se disculpe cuando se equivoca y luego nunca perdonamos ni olvidamos el error. Nos llenamos de rencor tanto por heridos como por hirientes y luego se convierte en un bicho negro y con dientes que crece en nuestro corazón.
Aprendamos a gestionar, a observar y a cuidar nuestras emociones negativas tanto como las positivas. Démosles la bienvenida, observemos su importancia en nuestra vida y dejémoslas ir como al pajarito que dejas en libertad después de haberle curado el ala.
Los nuestros no son los mayores de los problemas que hay en la Humanidad, pero eso no quiere decir que no sean importantes para nosotros, para nuestra esencia y nuestro desarrollo. Solo ejerciendo nuestro derecho a patalear en un entorno que entienda que simplemente estamos gestionando nuestra emoción podremos seguir adelante y gestionarla mejor la próxima vez.