Hace unos días os pregunté por Instagram y Facebook si queríais que os contara qué cosas me sirven a mí para comer de manera más saludable. Con esta entrada voy a iniciar una nueva sección de mi blog que se llamará Vida Sana.

Ya sabéis que Singlutenismo siempre se ha centrado en hacer que los celíacos tengamos una mejor calidad de vida en diferentes aspectos, y ahora que varios de ellos los tengo prácticamente dominados, desde hace un año ha llegado mi momento de mejorar mi salud.

No es que nunca haya sido mala, pero siempre he tenido cosas que mejorar (y las sigo teniendo!), así que a partir de ahora compartiré con vosotros qué cosas me vienen bien a mí.

Ante todo, quiero dejar claro que esto no es una guía de estilo de vida, no son consejos médicos ni nutricionales, ni nada que se le parezca. Son simplemente los relatos de mis experiencias, que os pueden ser útiles o no para aplicarlos en vuestra vida y para ver las cosas desde otro punto de vista.

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La entrada de hoy la voy a centrar en la alimentación. Después de un año de pequeños cambios, puedo echar la vista atrás y ver cuántas cosas he logrado en este aspecto. Creedme: para mí esto es todo un logro y es por ello que lo he querido compartir con vosotros.

Os lo conté alguna vez por Instagram Stories, y no quiero aburriros ahora con los detalles, pero se puede decir que hasta hace un año mi alimentación no era ni mucho menos saludable. Tampoco es que haya sido tan mala en líneas generales, sobre todo porque, dentro de lo que cabe, no le dio tiempo a pasarme factura. He hecho muchas cosas mal en mi vida en cuanto a la alimentación se refiere que se puede resumir en pocas líneas: poca fruta, poca verdura, muchas chocolatinas y productos azucarados. Cierto es que nunca he sido de comer comida preparada, como platos hechos, sopas de sobre y cosas así. Pero mis desayunos, postres y meriendas han estado muy fuertemente marcados por los productos altamente azucarados, de harinas refinadas y de grasas de mala calidad. Y sí, la fruta y la verdura han brillado por su ausencia hasta hace relativamente poco.

Tampoco os voy a aburrir con los detalles de cómo empezó a cambiar esto: me voy a centrar en el momento decisivo.

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En octubre de 2016 me fui a vivir temporalmente con mi hermanita de, entonces, 11 años. Y de repente cayó sobre mí la responsabilidad de la alimentación de una niña. Para mí era una gran presión: de lo que yo le diera de comer iba a depender su salud. Y me di cuenta de que nunca me había planteado mi alimentación de esa manera. Simplemente comía y listo.

Cuatro meses después me mudé a Madrid, a compartir piso, y de nuevo todas mis comidas volvieron a depender única y exclusivamente de mí. Hasta entonces, llevaba tres años viviendo con mi abuela y este tipo de decisiones las había dejado completamente en sus manos (y ojito, que mi abuela cocina muy rico y muy bien).

Echando la vista atrás, como decía, me doy cuenta de que hice una serie de cosas (no necesariamente en el orden en el que os las voy a contar) que fueron determinantes para empezar a comer mejor.

Cómo como mejor cada día

1. Conocerme y aceptarme.

Sé que suena manido y una frase hecha, pero nada de lo que vino después podría haberse dado si no fuera por este primer punto. Por cuestiones personales que no vienen al caso, hace aproximadamente un año me tocó enfrentarme a mí misma como pocas veces antes lo había hecho. Y una de las cosas en las que por fin, después de muchos años, me acepté fue en ser realista y darme mis tiempos.

Hasta entonces muchas veces me había propuesto un montón de cosas, pero llegada la hora de la verdad nunca las terminaba de llevar a cabo. Me faltaba constancia y compromiso. Y no tenía ningún sentido: soy una persona que cuando se propone algo va a por ello y lucha hasta el final. El problema era que con ciertas cosas nunca me lo había propuesto realmente. Me había engañado a mí misma diciéndome cosas como “el lunes empiezo” o “mañana me levanto a las 6”.

Descubrí que cada cosa y cada persona tiene su tiempo y su momento y eso está bien. Quizás hoy leéis esta entrada y siendo completamente honestos con vosotros mismos descubrís que no es vuestro momento. No pasa nada. Es mejor que llegue más pronto que tarde, pero cuando no es nuestro momento, no podemos forzarnos.

Visto esto, empecé a preguntarme qué era lo que realmente quería en mi vida, cuál era mi momento entonces y con qué sí que me quería comprometer. Me hice realista: desnudé mis engaños, acepté mis límites y me di carta blanca para ser como soy.

Y os prometo que todo, absolutamente todo ha ido mejor desde entonces.

2. Sentirme inspirada por otras personas.

He de decir que hay una cosa que siempre he traído de casa, y es que con la mano en el corazón os puedo decir que no soy una persona nada envidiosa. Todo lo contrario: ver a alguien como yo que consigue algo que yo quiero conseguir, muy lejos de hacerme sentir envidia me hace sentir esperanza. Desde siempre. El motivo es muy sencillo: la envidia no me sirve para nada y me consume; la esperanza de ver que se puede hacer me pone las pilas.

Sé que no todas las personas somos para todo el mundo, y eso también está muy bien. Ya sabéis que no siempre encajamos con una persona y eso no quiere decir que ninguna de las dos partes sea mala persona.

Dicen que eres la media de las cinco personas con las que más te relacionas en tu día a día. De alguna manera, se podría decir lo mismo de aquellas personas a las que, en un mundo de redes sociales como el actual, seguimos. Empecé a cuidar mucho más esas personas con las que me relaciono y a las que sigo. Y sin rencores, eh? Si por lo que sea veo que seguir una cuenta concreta de Instagram me produce más desazón que paz, simplemente dejo de seguirla y ya está. Quizás en otro momento de mi vida seguirla me aporte otras cosas buenas.

Y de esta manera, relacionado con la alimentación, empecé a seguir y a relacionarme con gente que me inspira día a día. Por citar unas pocas cuentas de Instagram, @nosequecenar, @nutritionisthenewblack, @midietacojea, @stefyactiva, @gu_nutricion… Hay otras muchas cuentas relacionadas con la alimentación y la salud que sigo, pero con estas en concreto comulgo muy bien con su manera de comunicar y su filosofía en general. Seguro que encontráis a gente que esté también en vuestra misma línea.

Tened en cuenta una cosa en cuanto a la gente que os inspira: centraos en eso, en que os inspire. Pero no los veáis como semidioses inalcanzables porque resulta muy frustrante. Tomad sus comentarios como aprendizaje que aplicar en vuestro caso particular. Quedaos con lo que os vale a vosotros y apartad el resto, sin culpabilidades, sin rencores y sin nada. En paz.

3. Proponerme cosas realistas.

Y os vais a reír. Pero yo como fruta porque la tengo delante. Sino, me olvido. Desde que me fui a estudiar a Valencia, ha sido así. Compraba una manzana y ahí se quedaba la pobre durante días y semanas hasta que se pudría sin que yo me acordara de ella.

Así que me propuse comer fruta todos los días de postre.

Ahora me la pongo delante cuando me siento a comer, porque sé que mi cabecita no da para más. Y como la tengo delante cuando he terminado mi plato, sé que aún me falta por comer la fruta y me la como. Si no la tuviera delante, mi mente diría “ah, ya hemos acabado”, y cierra el cupo del hambre.

Lo único que tuve que hacer fue eso: contar la fruta que iba a comer en unos 4 o 5 días y comprarla en la verdulería. Y así fue como fui sumando mandarinas, plátanos, mangos, kiwis, uvas, manzanas, peras y muchas cosas más. Entro a la verdulería y me la recorro entera sumando piezas de fruta.

Al poco tiempo, la fruta entró en el desayuno de igual manera: voy a comer fruta antes de empezar a desayunar, en lugar de tomarme un zumo de naranja (que pierde la matriz alimentaria y se queda en un líquido azucarado sin fibra).

Y lo mismo: me siento a desayunar con la fruta delante, me la como y luego me como el resto.

En cuanto a las verduras, la cosa ha sido también bien sencilla:

  1. Todas las noches ceno crema de verduras.
  2. Todas las comidas las acompaño con una ensalada que me como al final, antes de la fruta de postre.
  3. Todas las comidas se basan en verduras con cosas y no al revés.

Y ahí tenéis, sin daros cuenta, 5 raciones de fruta y verdura diarias. Y eso cuando no cae también fruta en la merienda o de postre de la cena, o más verduras acompañando la crema de verduras de la cena.

4. Ir menos al supermercado y más a la verdulería.

En nutrición se suele hablar de que los productos ultraprocesados desplazan a otros alimentos más interesantes de la dieta. Así que yo me he propuesto hacer lo contrario: gastar mi cuota de hambre en alimentos saludables y naturales y menos en productos. Y para eso lo único que hay que hacer es comprar menos productos. Y los productos están en el supermercado y los alimentos en el mercado, así de fácil.

Os dais cuenta de que habéis llevado a cabo un verdadero cambio en vuestra vida cuando estáis en el supermercado con la cesta de la compra, pasáis por los pasillos y es que, de verdad, un día normal no os apetece nada de lo que estáis viendo.

Además, no suelo tener productos en casa. Ya no compro “para cuando me apetezca”. Cuando me apetece voy y me lo compro y tan amigos. Pero si no tengo ese antojo, no sirve de nada “preverlo”, por así decirlo.

5. Disfrutar de comer siempre.

Os prometo que para mí desayunar una tostada de pan integral con aguacate y huevo es un auténtico placer de la vida. Quién se lo iba a decir a aquella Dany del 2011 que decía que el pan con aceite no es un desayuno.

Hay comida saludable a montones que está riquísima, que podemos preparar de las maneras más innovadoras y divertidas, y nada sosas. Sólo tenemos que dar con aquello que nos gusta y el placer ya está servido.

Y, por supuesto, eso no quiere decir olvidar para siempre los chocolates, los postres, las pizzas, las patatas de bolsa o las croquetas. Cuando me apetece cualquiera de esas cosas me la como con todo el gusto del mundo y listo. Simplemente soy consciente de que es lo que es: la excepción y no la norma.

Lo importante y fundamental es aprender a disfrutar tanto de una cosa como de la otra. Y ya veréis que poco a poco os va apeteciendo más lo primero y menos lo segundo.

Hoy, por ejemplo, me iba a la piscina pensando en el puñado de frutos secos que me iba a comer cuando volviera a casa. ¡Eso para mí hace dos años era impensable! Pero es lo que me pide el cuerpo ahora mismo, porque es a lo que lo he acostumbrado.

Y ojo, que me queda muchíiiiiisimo camino que recorrer por delante. Pero, como os decía, lo importante es encontrar mi momento para cada paso. Es la única forma en la que lo daré en firme.

Ya veis que no he descubierto ninguna fórmula mágica, sino que siendo paciente conmigo misma, aceptándome y mimándome es como he conseguido finalmente cuidarme. Es curioso: es algo que siempre hago con aquellas personas a las que más quiero, y hasta hace un año no lo hice conmigo misma. Quizás debamos empezar por ahí: tratarnos a nosotros mismos como tratamos a esas personas tan queridas para nosotros. ¿Verdad que no seríais tan duros con vuestra madre como lo sois con vosotros mismos? Pues eso. ¡A tratarse con más cariño!

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