Los que me conocéis desde hace un tiempo sabéis que soy bastante nómada. Todo el mundo se sorprende cuando le digo que casi tengo más mudanzas que años, y la verdad es que llevo rondando por el mundo desde los dos años recién cumplidos.
Esto tiene una parte maravillosa, y es que te permite vivir una gran variedad de experiencias y de conocerte a ti mismo en situaciones tan diversas y, en muchos casos, tan desafiantes. Y sobre todo te pone en contacto con gente de todo tipo a la que le vas cogiendo un cariño que no pierdes por muchos kilómetros que sigas recorriendo.
En eso reside también la peor parte: es difícil tener a tanta gente querida tan lejos. Por eso, unos tres meses antes de mi cumple di con la excusa perfecta: iba a organizar una súper fiesta de cumpleaños y a invitar a todos aquellos a los que tanto quiero. Os prometo que envié invitaciones incluso a gente que está al otro lado del Atlántico. Era difícil que pudieran venir, pero que no les faltara su invitación.
Venir a mi cumple suponía un esfuerzo geográfico (por aquello de tener que venir desde tantos sitios diferentes) y económico. Por no mencionar que muchos de mis amigos tienen hijos pequeños, trabajos y, en fin, una vida que atender. También hubo alguna baja de última hora por causas de fuerza mayor y al final nos juntamos 13 personas y una perrita en una casa cerca de Valdemorillo.
De la casa en sí tengo pocas fotos, pero os puedo contar que era una finca de dos plantas, con espacio para que durmieran 13 personas, con dos cocinas, dos salones, una piscina natural y unas vistas impresionantes.
Nada más llegar el sábado a mediodía, me enseñaron dónde estaba todo mientras mi familia y amigos flipaban con la casa. Por supuesto, teníamos de todo: toallas, sábanas y mantas para todos, baños completos de sobra, vajillas y utensilios de cocina (aunque, siendo como somos, aún llevamos nosotros más cosas) y la calefacción encendida para que no pasáramos frío en todo el fin de semana.
Para la llegada, había preparado yo tres quichés made in El Taller Sin Gluten y había comprado ingredientes para hacer ensaladas, fruta de postre y unos pastelitos para el café. Además, mi mami y Toni trajeron tres quesos asturianos, a cual más rico, que completaron una mesa variadísima. Por si fuera poco, había encargado tres panes a Celikatessen: uno de sarraceno, otro de 100% harinas (sarraceno, arroz integral y mijo) y otro igual pero con nueces y pasas. Cortamos el último y nos dispusimos a compartir nuestra primera mesa juntos.
La mitad de la familia, la que venía de Cádiz, tenía prevista su llegada después de comer, y llegaron justo para el café que nos preparó Laura en su Chemex.
Con las barrigas llenas, les expliqué a todos en qué iba a consistir el fin de semana.
Ya los había dividido en dos equipos, azul y verde, y de esta manera iban a participar en tres concursos de cocina: cena del sábado (entrante y plato principal), tarta de cumpleaños el sábado por la noche y plato de pasta el domingo a mediodía. Algo que ellos no sabían era que les había preparado unos delantales de colores por equipos con un bordado que ponía “Dany Cumple 30”.
Los equipos los había formado yo un par de días antes teniendo en cuenta sus habilidades y personalidades. No olvidemos que mucha de la gente había oído hablar de todos los demás, pero no se conocía entre sí. Además, así podían planificar aquello con lo que iban a concursar y me enviaban la lista de la compra a mí.
También les expliqué en ese momento en qué iban a consistir los demás concursos.
Tendríamos un concurso de fotografía con tres categorías: general, comida/cocina y #desayunosinglutenismo. Esta última categoría era la que tenía unas bases más estrictas: se trataba de que retrataran su desayuno de domingo en el mismo estilo en el que lo hago yo en mi Instagram. Así que tenían que sacar una foto cenital con todo aquello que se iban a comer para desayunar.
Por último, les hablé del concurso de dibujo que también se iba a desarrollar a lo largo de todo el fin de semana. Habilité un cuaderno cuadrado con hojas blancas lisas y cada uno de ellos tenía que hacer un dibujo en una hoja usando sólo un color (además de negro y grises, claro) y todo en tinta permanente, nada de borrar. Una vez terminado su dibujo, tenían que pasar la página y sujetarla con una pinza para que nadie viera los dibujos anteriores. En uno de los salones puse todo el material de dibujo y cada uno de ellos fue pasando para hacer su dibujo cuando le vino bien.
Así que con todo encarrilado, nos fuimos a hacer la compra hasta Valdemorillo. La idea era llevarla ya hecha para no perder tiempo, pero tuvimos un pequeño problema logístico (nos fallaron coches a última hora).
Ya de vuelta y con los equipos trabajando en cocinas, mi hermanita Julia y yo nos ocupamos de la decoración de la casa.
Ambos equipos se pusieron enseguida manos a la obra. Por supuesto, lo primero que prepararon fueron las tartas, ya que los bizcochos necesitaban enfriarse y las tartas asentarse para poder comerlas bien tras la cena.
Tuvimos otro pequeño problema logístico con los fogones de la cocina de arriba (abajo era a leña, así que no la usamos), que no funcionaba muy bien, pero después de todo consiguieron cocinar lo necesario.
El equipo verde preparó una torre de berenjenas rebozadas, queso y jamón cocido como entrante y unas brochetas de verduras y solomillo como plato principal. Además, las acompañaron con el pan de Celikatessen y más verduras rehogadas.
El equipo azul de entrada se tomó muy a risa que no les hubiera tocado mi abuela en el equipo, pero aún así lucharon hasta el final y con muy buen humor por defender sus propuestas.
Como entrante, prepararon unas quesadillas de espinacas y mango y guacamole con nachos. El plato principal eran unos tacos vegetarianos y un montón de salsa de tomate (nos dio para muchas risas lo de la salsa de tomate!).
Llegó la hora de las tartas y, madre mía, qué bien sienta que te hagan no una, sino ¡¡¡dos tartas!!!
El equipo verde hizo una tarta tiramisú, que es una gran especialidad de mi abuela. El toque mágico lo daban el café Kenia que había traído Laura y la decoración con cacao hecha por Julia.
El equipo azul apostó por una tarta de calabaza en su punto justo de dulzor con una crema de mascarpone suavíiisima y una decoración con flores y letras.
Os tengo que decir que estaban las dos espectaculares y era imposible decidirse por una de ellas.
Laura, que es súper especialista en cafés, quiso preparar algo muy especial que me encantó. Nos habló del café irlandés y nos enseñó a hacer uno reglamentario, e hicimos también un concurso por equipos. Os puedo asegurar que sólo una vez había probado el café irlandés y no he vuelto a repetir porque no me había gustado. Cuando probé el de Laura entendí por qué: aquel que había probado yo estaba mal hecho.
Laura nos explicó que se mezcla el café con el alcohol, que tradicionalmente es whisky, pero que se puede hacer también con ron, y que la nata jamás debe estar montada, simplemente batida un poco para que coja un poco de cuerpo. Y nunca, jamás, debe mezclarse con el café, de tal manera que cuando lo bebes tienes parte de nata y parte de café.
Os lo aseguro: si os podéis tomar un café irlandés bueno alguna vez, notaréis la diferencia con los del montón.
¡¡¡Mil gracias, Laura!!!
A la mañana siguiente nos fuimos levantando poco a poco todos. Yo preparé la mesa-buffet de desayuno para que se cada uno se fuera sirviendo lo que quisiera y confeccionara su foto. Como veis, había un poco de todo: teníamos los panes de Celikatessen, palmeritas de La Oriental, mucha fruta, muchos aguacates, avena, huevos, tomates, leches de varios tipos, tés, cafés…
Con esta materia prima, os podéis imaginar las fotos de #desayunosinglutenismo que tuvimos… Os dejo una pequeña muestra.
Poco después de desayunar, el equipo verde se puso manos a la masa: iba a preparar pasta rellena casera, así que pronto empezaron a amasar y a preparar la salsa y el relleno.
El equipo azul estuvo un buen rato deliberando: en la cena habían hecho muchísima más comida de la requerida y les habían sobrado un montón de cosas (entre ellas, la salsa de tomate famosa). Así que decidieron hacer un plato de pasta de aprovechamiento. También hicieron la pasta fresca, pero adaptaron la salsa que tenían prevista a las nuevas circunstancias.
Terminadas todas las comidas, llegó la hora de las votaciones y los veredictos.
El cuaderno de dibujo ya había sido desvelado, puesto que ya habían dibujado todos. Estos son algunos de los dibujos que hicieron.
Para el concurso de cocina votamos entre todos de manera anónima. Para ello, preparé una urna y unos votos de colores con un dibujito por cada categoría, de tal manera que cada uno podía ir votando en secreto.
Tras el recuento de votos, vimos que el equipo verde había ganado el concurso de pasta y el de la cena. En la tarta habían quedado empatados, así que el premio se lo llevó el azul.
Para este concurso había preparado un premio que para mí es muy especial. Para cada categoría había impreso en papel fotográfico mate de 20×25 fotos mías relacionadas con las temáticas, así que cada uno de los ganadores se llevó sus láminas correspondientes.
Los ganadores del concurso de fotografía los elegí yo, y lo bonito del asunto era que los premios también eran “de la casa”. Cada uno de ellos era una creación artística de amigos míos muy queridos que se dedican profesionalmente a esos trabajos. Así, uno de los premios era un cuadro de Carlos, otro una lámina de una ilustración de Naty y otro el disco Divinium Tremens de José Craem, pianista. Y os tengo que decir que fue dificilísimo elegir un ganador: por cada categoría al menos había tres fotos que se merecían ganar.
Finalmente, estas fueron las fotos ganadoras de las categorías general, comida/cocina y #desayunosinglutenismo, respectivamente.
El concurso de dibujo estuvo también reñidísimo: ya os digo que me rodeo de gente muy creativa y sin miedo alguno a expresarse de muchas formas diferentes. Ya habéis visto algunos de los dibujos tan chulos que hicieron.
El premio de este concurso también era muy cercano: una tarta framboitessen de Celikatessen.
La que se llevó el premio fue mi hermanita, que con 12 años es una megacrack dibujando tanto en analógico como en digital.
Pero más allá de concursos, cocinas, juegos y todo esto, si de algo se caracterizó este fin de semana fue de las risas, muchas risas.
Y de muchísimo cariño.
Os prometo que fue increíble ver cómo todos se volcaron desde el primer momento en mi idea del cumple, cómo a todos les encantó el plan y cómo se apuntaron a cada locura que se me ocurrió para el fin de semana.
Ese fin de semana esa casa estuvo rebosante de buen rollo, de energía y de cariño, y a pesar de todo el rollo que he soltado aquí me quedo cortísima para agradecer a todos los que vinieron y a los que se quedaron con las ganas por tantísimo amor.
